El 17 de octubre de 1945 transformó la historia argentina: miles de trabajadores ocuparon la Plaza de Mayo para exigir justicia social, derechos laborales y participación política. Esa jornada consolidó a Juan Domingo Perón como líder del pueblo y marcó el nacimiento de una patria más inclusiva, donde la voz de los olvidados dejó de ser invisible.

El 17 de octubre de 1945 se erige como uno de los hitos más decisivos de la historia argentina. Ese día, la utopía de una nación más justa y soberana tomó cuerpo en la Plaza de Mayo, transformando a los trabajadores en protagonistas políticos y dejando en claro que la Argentina profunda no aceptaría más los privilegios de unos pocos sobre la mayoría. Fue el momento en que la voz de los olvidados, de los “nadies”, se hizo escuchar con fuerza, señalando que la felicidad del pueblo estaba intrínsecamente ligada a la grandeza del país.
La década anterior había sido un período marcado por la represión, las desigualdades y el control de las élites sobre la política y la economía. Sin embargo, la movilización de 1945 surgió como una respuesta contundente a años de exclusión. Obreros de fábricas, talleres, fundiciones y usinas, así como trabajadores de los ingenios azucareros en Tucumán, confluyeron en un mismo reclamo: justicia social, derechos laborales y participación política efectiva. La multitud, diversa en origen y color de piel, simbolizaba la unidad del pueblo frente a las estructuras tradicionales de poder.
El contexto previo al 17 de octubre fue tenso. El líder sindical y militar Juan Domingo Perón, quien había impulsado importantes reformas en el área laboral, había sido apartado de su cargo y detenido en la Isla Martín García. Las élites económicas y políticas creían que encarcelarlo significaría neutralizar su influencia y frenar la creciente organización de los trabajadores. Sin embargo, lejos de amedrentarse, la población tomó la iniciativa. Desde Buenos Aires hasta Córdoba y Tucumán, los trabajadores marcharon y se movilizaron, demostrando que la historia no podía escribirse sin ellos.
El papel de los medios de la época refleja la tensión de esos días. Algunos diarios describían a los manifestantes como “grupos aislados que buscan intimidar a la población” o señalaban que la movilización reproducía “estrategias fascistas”, mientras que otros observadores, como el escritor y periodista Marechal, reconocían en la multitud una fuerza viva y legítima, marcada por la alegría de reclamar derechos y ocupar espacios de visibilidad que antes les habían sido negados. La diversidad de opiniones no pudo opacar la realidad de un pueblo decidido a hacerse escuchar.
El 17 de octubre también se destacó por la respuesta organizada del movimiento obrero. La CGT, presionada por las bases, consolidó un paro general que se había anticipado por la acción espontánea de los trabajadores. En Tucumán, la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera impulsó huelgas que se unieron al reclamo nacional. Las fábricas, los talleres y los ingenios se convirtieron en escenarios de la lucha por derechos históricos que habían sido negados durante décadas.
Finalmente, la aparición de Perón en el balcón de la Casa Rosada a las 23.30 fue la coronación de un proceso que trascendía lo individual. La multitud lo recibió con vítores, abrazos y cantos, consolidando un vínculo que ya no se podía romper. Era la victoria de una Argentina que emergía de los márgenes, que rompía con modelos coloniales y elitistas, y que comenzaba a escribir un capítulo nuevo de su historia, donde el trabajo, la justicia y la participación ciudadana pasaban a ser ejes fundamentales del proyecto nacional.
El 17 de octubre de 1945 no fue solo un acto de movilización social; fue la cristalización de un sueño colectivo. Aquella jornada demostró que los pueblos tienen la capacidad de transformar su realidad cuando se organizan y luchan por sus derechos. Hoy, a más de siete décadas de esos hechos, el recuerdo de aquella movilización sigue siendo un símbolo de resistencia y unidad, y un recordatorio de que la historia se construye con la fuerza del compromiso popular.
En definitiva, el 17 de octubre marcó el nacimiento de una patria más inclusiva y consciente de su fuerza colectiva. Los trabajadores dejaron de ser espectadores y se convirtieron en actores centrales de la historia argentina, mientras que Perón, acompañado por su pueblo, cerraba un capítulo de persecuciones y comenzaba otro de reivindicación y participación. Esa jornada, cargada de emoción, organización y determinación, continúa inspirando a quienes creen que la verdadera grandeza de una nación se mide por la dignidad y la felicidad de su gente.